Despertó ya con lágrimas en las mejillas, algunas secas y otras recientes, las cuales sus ojos habían derramado mientras dormía debido a la tristeza y pesadumbrez que sentía en su corazón.
Se levantó de la cama lentamente; le pesaban todos y cada uno de los músculos de su cuerpo, y no podía ser de otra cosa que de no levantarse de la cama, ya que llevaba una semana casi sin hacerlo.
Cuando al fin consiguió ponerse en pie se dirigió lúgubremente hacia el baño mientras iba quitándose la ropa y dejándola en el suelo que dejaba tras de sí de su pequeño piso.
Tras una ducha que creía que la animaría y comprobar que no fue así decidió que quizás cocinando cambiaría algo su humor, algo que necesitaba aquel día desesperadamente ya que esa noche le habían prometido ir a verla y sacarla de casa, y no quería que sus amigos vieran su realidad.
Sin apenas pensarlo comenzó a hacer unas galletas de chocolate con almendras. Mezcló los ingredientes sin que en su rostros se reflejara más que pura tristeza. Colocó la masa de las galletas con una cuchara sobre los silpats con la esperanza de que reflejaran pequeños soles en su corazón, pero no fue así.
Finalmente horneó las galletas, y tras esto las fue poniendo sobre un plato para que se enfriaran. Sin saber si quiera por qué tomó asiento ante la mesa de la cocina y se quedó mirando fijamente las galletas, casi sin parpadear, hasta que de pronto se percató de que aquellas galletas que había hecho sin obtener ese ánimo que tanto ansiaba eran las suyas. A su subconsciente única y exclusivamente vino esa receta cuando pensó en cocinar, y por eso la hizo sin pensar que aquellas galletas eran las de aquel que tanto añoraba, y las cuales ahora tenía delante de su rostro mientras de nuevo las lágrimas comenzaban a recorrer sus mejillas hasta su barbilla para finalmente caer sobre sus manos, encima de sus piernas.
Aquello la estaba matando, lloraba día tras día, y ahora había hecho justo esas galletas, y no pudo más. Fue rápidamente a su cuarto de nuevo, se vistió, volvió a la cocina, metió todas las galletas en un taper y salió por la puerta de casa intentando mantener la firmeza de su decisión.
Tras algo de tráfico, estrés y tiempo perdido encontrando aparcamiento al fin se encontraba ante la puerta de su casa, con el taper con las galletas en la mano izquierda y la otra mano en el timbre, pero sin llegar a llamar.
De nuevo, lágrimas. No podía parar de pensar en todo tipo de desprecio que podría recibir al hacer un acto tan sumamente simple como llamar a un timbre. No pudo hacerlo. Volvió al coche sin poder dejar de llorar, se sentó en el asiento del conductor con el taper sobre las piernas, sujetándolo, y la cabeza baja, fija en ninguna parte.
Entonces cogió un papel y un bolígrafo de la guantera. Escribió algo en el papel, lo metió en el taper de las galletas y respiró profundamente durante unos minutos para intentar calmarse y reunir las fuerzas suficientes para volver a aquella puerta.
De nuevo allí estaba, ante la puerta, con el taper en la mano, pero esta vez no se disponía a llamar al timbre, aún no.
Volvió a bajar la mirada perdiendo la compostura de nuevo, y sin esperar un instante más dejó el taper en el suelo, llamó al timbre y se fue a un lugar donde podría observar sin ser vista.
Allí estaba él, abriendo la puerta de su casa, viendo las galletas, tomando el taper, abriéndolo y leyendo la nota allí mismo, la cual decía: "Lo siento muchísimo. Te echo de menos. Acepta las galletas por favor". Se quedó durante unos instantes mirando la nota, hasta que finalmente entró en su casa de nuevo galletas en mano.
Ella desde su escondrijo sonrió. Se alegraba de que no hubiese tirado las galletas.
Volvió al coche, a su casa, y allí, sin planteárselo ni un segundo más, tomó un bote de pastillas, se tumbó en su cama y se lo tomó entero.
Esa misma noche la encontraron gracias a la preocupación de sus amigos, pero ya era demasiado tarde.
"On Abatar Ura Masarakato On-Gataru"
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