martes, 24 de abril de 2012

Rosas rojas, blancas y negras (mini relato)

Había sido un día agotador. Al fin volvía a casa después de su última clase del día y de la semana entera, ya que por fin era jueves y le esperaba un fin de semana tranquilo delante de su ordenador.
De camino a casa iba pensando en lo que haría al llegar. Pensaba prepararse un buen baño, alumbrada apenas con unas pocas velas, mientras de fondo escuchaba música relajante y disfrutaba de el olor de un buen incienso para satisfacer todos sus sentidos al mismo tiempo y quedar completamente relajada durante al menos una hora que duraría dicho baño.
Ya eran las siete de la tarde, pero no tenía ninguna prisa en irse a la cama, ya que al día siguiente no tendría que madrugar, asique tras este magnífico baño prepararía una apetecible empanada, sencilla pero exquisita, rellena únicamente de atún y tomate, y la tomaría mientras veía una película tumbada en su cama, sin preocupaciones.
La verdad es que para muchas personas podría ser una noche perfecta, pero para ella no, a ella le seguía faltando esa compañía que tanto necesitaba de esa persona que tanto ansiaba pero que no podía tener a su lado, por lo que su rostro se ensombreció rápidamente apenas a unos metros de llegar al portal de su edificio.
A medida que entraba en el portal, llamaba al ascensor e iba subiendo una a una las plantas del edificio hasta llegar a su piso se iba entristeciendo aún más, sintiéndose cada vez más y más sola por no tener con quien compartir ese baño, esa cena y esa película.
El ascensor se abrió y ella fue hacia el interruptor para alumbrar el pasillo y después hacia la puerta de su casa con la llave ya en la mano y con sus planes totalmente trastocados, ya que en ese instante sólo podía pensar en encerrarse en su habitación, poner cualquier película para no pensar demasiado y meterse en la cama para intentar dormise cuanto antes, sola, como todas las noches.
Abrió la puerta de su casa y recorrió el tramo de la entrada a oscuras, como siempre, y al llegar al pasillo encendió la luz de este, pudiendo observar que había un camino de pétalos de rosas rojas que llegaba hasta la puerta de su habitación. Se dió la vuelta y encendió la puerta de la entrada, donde empezaba dicho camino de pétalos. Sin poder pronunciar palabra alguna y sin entender nada pero aún así con una sonrisa en el rostro más amplia de lo que la había tenido en meses fue hacia su habitación soltando el bolso, la carpeta e incluso el abrigo en el pasillo y abriendo rápidamente la puerta de su habitación.
Al hacerlo lágrimas de felicidad comenzaron a recorrer su rostro. El camino de pétalos de rosas continuaba hasta su cama, la cual también estaba llena de pétalos, pero estos eran blancos. La cena que se encontraba en la mesa, debidamente decorada con velas y pétalos, olía a gloria. Y allí estaba él, su amado, en pie junto a su cama, con una rosa negra en la mano y una sonrisa tan amplia como la de ella.
Sólo pudo articular las palabras que sólo su amado tenía derecho a escuchar, sin emitir sonido alguno, pero él supo perfectamente lo que le estaba diciendo, y sin esperar un instante más fue hacia él, abrazándole con fuerza, sin poder dejar de llorar de felicidad, para finalmente darle el beso que ambos habían estado deseando, un beso pasional pero a la vez dulce, pícaro pero romántico, en conclusión, el beso perfecto que solo entre ellos lo es.
 
"On Abatar Ura Masarakato On-Gataru"

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